CONTRA DYLAN Y LAS MOMIAS DEL ROCK ´AND´ ROLL
Es la diferencia entre la celebridad y el héroe. La celebridad hará de todo, caminar a través de altos edificios y bailar en la cuerda floja por su audiencia, pero el héroe hará exactamente lo mismo y le encantará igualmente complacer a la audiencia, si es que la tiene, pero si toda la audiencia se ha ido a casa, el seguirá haciéndolo por complacerse a si mismo.
JOSEPH CAMPBELL
Con la perspectiva que siempre ofrece el correr del tiempo hoy podemos decir que Bob Dylan es un fraude, y que probablemente lo haya sido la mayor parte de su carrera. Si alguna vez tuvo algo de significado el mensaje del cantautor de Duluth -que parece ser que sí- este significado murió por la propia autocomplacencia del artista.
¿Qué ha perdurado hasta nuestros días del mensaje contestatario y contracultural del vate antes llamado Zimmerman? Ha perdurado ese mismo contestatarismo pero aplicado a los anuncios de coches, de refrescos mágicos o de seguros. Lo que ha perdurado ha sido una herencia desvirtuada y maldita donde confundirnos y donde lavan sus conciencias amas de casa con sus vidas echadas a perder (y que un día quisieron ser algo, aunque no sabían qué) o jóvenes-viejos con pretensiones musicales de fin de semana (1).
Para el establishment alguien como Bob Dylan es una bendición. Si él es la mejor baza de los desheredados del mundo, su voz, ellos deben de estar carcajeándose hasta partirse el pecho. Es por completo inofensivo. Es más, les hace el juego. Su imagen es una imagen falsa; lo que sale por su boca no se corresponde con su modo real de vivir. -Está bien desheredados, ved a nuestro poeta, a razón de doscientos euros la entrada. -Dirán y se frotarán las manos-. El tufo a cadáver es insoportable. Aquel que un día cantó que Los tiempos están cambiando lo sabía muy bien, y él adoptó los nuevos tiempos y abrazó a los que en un principio criticó. No olvidemos que Bob Dylan siempre, siempre, grabó su material para una multinacional (2).
No es nuevo el fenómeno del artista que muestra una vena contestataria, para terminar forrándose gracias a ella. Aquí tenemos los ejemplos de Marea, Extremoduro, Barricada o La Fuga, incluso un primerizo Fito Cabrales, quienes gracias a cantar las miserias del poder y de la forma de vida occidental y neoliberal han podido ellos mismos engordar sus cuentas bancarias. No está de más recordar aquí las palabras del (verdadero) poeta Antonin Artaud cuando recordaba que el deber del verdadero revolucionario era, ni más ni menos, el de hacer la revolución, y luego desaparecer. El revolucionario no puede construir, su labor es derrocar y después hacerse a un lado. El caos. En el caso de estos muchachos, y más en el de la figura que estamos tratando, se trata de todo lo contrario, ellos se perpetúan pensando que deben llevar su mensaje hasta el infinito (y más allá). Que deben crear un nuevo sistema, cuando lo que hacen en realidad es terminar rindiendo pleitesía a ese sistema el cual se supone que combatían. Para que quede claro, me parecen muchísimo más honestos los muchachos de Operación Triunfo que aquellos otros (Dylan incluido) pues éstos carecen de pretensiones sociales o verdaderamente artísticas, saben que son hijos del entretenimiento y no quieren hacer otra cosa (3).
Bob Dylan estuvo acertado al comienzo de su carrera al colocarse en ese lugar intermedio entre los cantautores como Pete Seeger o Woody Guthrie y la decadencia del movimiento beatnick; adoptando señas de identidad de ambos, y pateándose los circuitos underground del folk. Tiempos duros e inciertos, todo hay que decirlo, para el joven Dylan. Sin embargo su propuesta fue calando y su nombre haciéndose familiar y su mensaje social y poético calando. Antes de él probablemente el pop(4) no había conocido una gran intelectualización. No sería demasiado justo con la vieja momia si no alabo esta primera etapa de verdadero compromiso y búsqueda. Pero los tiempos cambian, y no para bien. Con la llegada del verano del amor llegan también los jipis para perpetuar aun más la confusión y abrazan a Dylan como uno de los suyos, si no como un enviado del Amor. Y por supuesto Dylan se aprovechó de ello. No fue capaz de ver la vacuidad (cuando no, el terrible engaño) que se ocultaba detrás de las flores en el pelo y los rituales de drogas o las comunas y creyó que aquel era el ejército de almas libres que necesitaba el mundo para cambiar. Sin embargo la alianza ya estaba sellada, y aquellos espíritus nobles lo llevaron ya siempre con ellos. Incluso en las oficinas desde donde luego dirigirían sus empresas o los gabinetes de gobierno desde los que dirigirían el mundo. Un mundo que habían querido cambiar y que sin embargo continuaba siendo el mismo, incluso un poco peor.
En aquel momento todos se hicieron jipis. Se hicieron jipis los Beatles, se hicieron jipis los Rolling Stones, los Who, los Small Faces, Hendrix, Santana, los Doors y la insoportable Janis Joplin. Se hizo jipi Bob. Había que sacar tajada y los jóvenes del amor se contaban por millones. Un buen mercado, y la máxima del mercado dice que hay que dar al público lo que éste necesita(5) aunque sean ídolos falsos(6).
En fin, a partir de aquí lo que pueda decir Bob Dylan está ya condenado, se ha transformado en un objeto más de la economía de mercado y en mercader él mismo. Un nuevo triunfo del capitalismo, como siempre. Después se volvería a repetir la jugada con el Punk y volvería a ganar, como siempre. Entre medias somos nosotros los perdedores. Confundidos entre el Mar de los Sargazos de las apariencias y la pura mentira disfrazada de necesidad y trascendencia. Pura basura.
Basura como el propio trabajo musical de Mister Dylan en aquellos años setenta, donde la juventud empezó a darle la espalda. ¿Quizás es que le habían calado? No lo creo, más bien es que sus formas se habían quedado un tanto caducas o trasnochadas y los jóvenes comenzaron a tener otras necesidades. Necesidades éstas totalmente satisfechas por la industria. La juventud nunca se entera de nada, y cuando lo hace se han hecho ya mayores -y entonces ya no tienen fuerza o están muertos de miedo-(7). En esta época Dylan podría haberse cogido de la mano de otro gran fraude, el monstruoso John Lennon.
De todos modos lo peor de Bob Dylan no ha sido todo esto, sino un simple gesto: el apretón de manos y la genuflexión que le dedica al horrible Juan Pablo II en 1997 en Bolonia ante 350.000 testigos, y donde interpretó tres canciones (incluso el Sumo Pontífice le hizo el feo de retirarse antes de que el hombre del perfil cabruno terminase su interpretación). Me abstendré de hacer más comentarios, pero este gesto es el símbolo de la sumisión total. Todo lo que haya podido decir ha dejado de tener importancia o significado. Todo se ha transformado en una bellaquería, una mentira. Si no es que ya lo era antes.
Después de esto Bob Dylan nos ha regalado hasta la fecha cuatro discos más. Discos generalmente ensalzados por la prensa musical. ¿Y cómo no habrían de hacerlo? Esa misma prensa musical(8) se sirve de la imagen del gran clásico en sus portadas para vender más números. Otros que se suben al carro, y si hay que azuzar al cadáver con un palo, se le azuza y ya está.
Yo he escuchado estos discos y me han causado una indiferencia total. Nada de nada. A lo sumo me han parecido una copia barata de lo que intenta hacer Tom Waits con la tradición americana, pero mucho menos acertada. Siendo cabrón incluso diría que me han recordado a Joaquín El Señor de los Ripios Sabina. Aunque tampoco me parece que hoy por hoy exista tanta diferencia entre ellos. Uno bebería bourbon y el otro tintorro.
EL REGRESO DE LAS MOMIAS (9)
Que duda cabe que el regreso de Dylan se produce al calor de otros regresos tan apoteósicos, esperados y necesarios como los de Rolling Stones, Police, Kiss, Eric Clapton, Guns´n´Roses, AC/DC, Led Zeppelin, Who, Depeche Mode, Prodigy, el propio Bruce Springsteen y otros muertos vivientes que han vuelto al mundo de los vivos para devolverle al pop todo su brillo y esplendor (modo irónico off) al tiempo que de este modo engrosan sus depauperadas cuentas corrientes. Pobrécitos.
Y parece que este fenómeno No va a parar. Me pone de los nervios comprobar cómo todos estos vejestorios llenan estadios y son cabeza de cartel de macro festivales. Aunque en el fondo todo funciona como debe funcionar. Los macro festivales son otra mierda más. Una oportunidad de ser punky una vez más, como diría Homer Simpson sabiamente; aunque sólo por un rato, en un espacio protegido, sin molestar; pagando (y mucho) religiosamente.
Sobre este particular os dejo un link al artículo de Carlos Alonso Romero, al cual me adhiero sin reservas:
¡¡¡AMIGOS, CIERREN LA PUERTA DE LA CRIPTA AL SALIR. LAS MOMIAS QUIREN ESCAPAR!!!
(1) Pretensiones que no van más allá de martirizar a sus amigos en las reuniones sociales tocando la guitarrita y sermoneando a todo bicho viviente sobre las bondades de los clásicos del rock´n´roll.
(2) Principalmente CBS, es decir, Columbia.
(3) Es sintomático que alguno de los triunfitos ni siquiera supiera quien es Bruce Springsteen. Bien por ellos.
(4) Entendido este como aglutinante de todas las categorias asociadas a la música popular.
(5) Y si no lo necesita se le hace creer que lo necesita.
(6) Problablemente haya sido el jipismo el movimiento contracultural más trufado de ídolos falsos. Una total identificación con la adoración del becerro. Qué alejado el jipismo de la contracultura negra de aquellos años sesenta y setenta con irreductibles como Gil Scott-Heron, LeRoi Jones (Amiri Baraka), los Last Poets o el propio Marvin Gaye.
A pesar de todo, insisto en que el verdadero revolucionario jipi fue Charles Manson. Él y Bobby Beausoleil.
(7) ¡¡¡Rimbaud ¿Donde estás Rimbaud?!!!
(8) La prensa musical es hija de la burguesía ha dicho más o menos Santi Carrillo, director, jefazo o lo que sea de Rockdelux, y no le falta razón. Producto de mercado, añadiría yo.
(9) Sobre este particular querría haberme extendido más pero lo dejaré para otra oportunidad.
Carlos G. De Marcos
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