Y mientras me firmabas catálogos, libros y publicaciones (de loco a loco), me hacías preguntas y todo iba muy rápido: tus idas y venidas por la casa, tu conversación con David, las preguntas que me hacías, la gente que trabajaba allí y mi corazón. Sobre todo mi corazón era lo que más rápido iba; no podía creerlo, por fin estaba delante de ti, años, qué años, lustros esperando ese momento. Energías que me llevaban al autor, caminos que se acercaban, cruces que me indicaban tu dirección y de repente por arte de birlibirloque me vi cruzando el umbral de tu casa/estudio/factoría. Allí estaba yo con una bolsa cargada de momentos más que de fotos, una bolsa cargada de horas recreándome en tus disparos y soñando con el día en el que me pudiera encontrar contigo fuera de la vorágine de la noche, ésa en la que todas los sueños son posibles, en la que las ilusiones se quintuplican por lo aspirado y en la que las gargantas se vuelven perezosas por culpa de los que gritan desde el techo de los bares y por culpa de los hielos que todo lo enfrían. Fuera de la vorágine de la noche que tanto te gusta y que tanto daño me hizo.
Me hacías preguntas que era incapaz de responder, no porque no supiera hacerlo sino porque mi sangre iba tan rápida que apenas se quedaba décimas de segundo en el cerebro. No sabía darte aquello que me reclamabas; incluso hubo un momento en el que me cogiste de mi prognato mentón y me pusiste a contraluz. Yo pensé: no puede ser, el sueño hecho realidad; ahora se armará un plató improvisado y me dispararán a la cara, a mis brazos sin marcar, o a mi enclenque estructura, pero no. Quedó en eso, en un segundo de gloria, un segundo que no puedo olvidar, un segundo que compensa años de espera.
¿Qué veía en tu fotografía? querías saber y simplemente alcancé a decir que me relajaba, algo poco entendible teniendo en cuenta las escenas reflejadas en ella. Meses después y con el corazón de nuevo acelerado y las manos temblorosas me veo capacitado a transmitirte lo que me atrae de tu arte: me veo a mí mismo, veo momentos de mi vida que no me he atrevido a llevar a cabo, vivo a través de la vida de tus personajes momentos que me hubiera gustado tener pero que mi alter ego(ese que trabaja de ocho a dos, o que iba a una facultad que le he hacía sentirse como una puta en un convento), me impide, vivo momentos que siempre he sabido que existen pero que por miedo a no sé qué, no me he atrevido a disfrutar salvo en contadas ocasiones en los que la plata y el mechero eran protagonistas y después....cuando el papel se hacía una bola y se tiraba me pasaba días zumbando de lado a lado, apoyado en mi compadre de escarceo.
He visto y he sentido el otro lado de lo querían que fuera y he sido libre en tus fotos. Me he sentido vivo en las mañanas del rastro o en la puerta del King Kreole, he puesto cara a Los Franceses y visto los ojos dulces de Teresa, la madre de mi amigo. Esa Teresa de la que tanto me han hablado y no él. Una persona entregada, de algodón y llena de ilusión por las cosas pequeñas. En tus fotos he podido poner imagen a muchos momentos leídos y narrados por amigos y conocidos que estuvieron allí. Me he tatuado e incluso he recibido los aires del mar de Formentera; he sentido el calor del agosto en una bohardilla mientras se calentaba la comida en una cuchara y he leído cómics después de haber desayunado jarabe de derrota.
Son tus fotos las que me han enseñado que hay que hacer cosas para arrepentirse después y que da igual si es martes, sábado o viernes si la dicha es buena. Eso son para mi tus fotos, momentos de realidad, momentos de vida, momentos que ahora llevo como míos, momentos que me han hecho crecer.
Querías saber qué hacía en mi vida. En mi vida, en la que vivo para mí y no por los demás, hago cosas, pequeñas cosas, a veces tan sencillas como escribir cartas de amor o mejor dicho de desamor, pintar cuadros que nadie ve y que me recuerdan las cosas que he hecho o los colores que he visto, garabatear papeles con historias de dos personajes llamados Cuchino y Kikito inspirados en una historia de amor imposible vivida con un sevillano o las correrías de Nero y Ronda, éstos últimos son mis gatos, unos gatos cuyas escenas de cariño no me he atrevido a tatuar (ya lo han hecho algunos de tus personajes por mi). Alberto, simplemente me evado, trato de salir de la realidad y seguir en mi mundo imaginario, creerme que voy a tomar una cerveza y una tapa de calamares a la oficina o me creo un personaje salido de un libro de cualquier romántico francés cuando quedo con mis dos compadres y maqueados como tres hijos de puta nos sentamos en cualquier terraza de este Bilbao que nos ahoga y nos mira con desdén y nos pasamos horas hablando de lo que somos y de lo que no somos, de lo que leemos y de lo que no podemos leer, del R&R que se hacía del año 59 al 64 o de lo acojonantes que eran las fotos del libro de Martha Cooper; horas en las que hablamos de las láminas que ahora pinta mi amigo Javier, o de lo acojonante que era cuando en el Gaueko, hacían dos pases de los bolos, pase de tarde y pase de noche. Huimos hacia delante, pero huimos de la mano y eso nos gusta. Nos congratula.
Ahora también cabalgo, pero no a lomos de ningún equino, cabalgo las olas del cantábrico y eso me relaja, me gusta, hace que me crea Neptuno, hace que cuando me asomo al balcón de una ola y decido lanzarme hacia abajo, me sobre el mundo alrededor, me siento como un émbolo que hace su recorrido para lanzar a la estratosfera a su usuario... unmmm
Y así van pasando los días y las semanas con mayor o menor gloria. Pero con dignidad, mucha dignidad, pero lo que más hago Alberto -y díselo a Xila- es sobrevivir, tratar de no ahogarme y de que mis propios afectos no me maten, vivir y no morir en el intento. Eso es lo que más hago.
Sin más me despedido de ti, fue breve pero intenso, como toda primera vez, espero que haya más y más placenteras. Recibe un fuerte abrazo de Edgar Reina-de loco a loco.