JOHN MAYALL AND THE BLUESBREAKERS [83 AÑOS DE BLUES BLANCO]
By: Alvaro Feito
La vieja cuestión de siempre: ¿es posible captar la verdadera esencia del blues, un canto esencialmente afroamericano, por músicos, cantantes e intérpretes blancos?. Podemos entrar aquí en peligrosas teorías pro o anti racistas . Conviene evitarlas y atenermos a los hechos y a la realidad. Pero esta última suele ser tozuda.
En Inglaterra, en los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo surgió una corriente musical, a medio camino entre el rock and roll, el jazz, y la imitación de los viejos bluesmen norteamericanos (Sonny Boy Williamson, Muddy Waters, Charlie Patton, Big Joe Turner...tantos y tantos), que cristalizó en la irrupción de una nueva generación de músicos. A la sombra del pionero Alexis Korner, con la ayuda más o menos consciente de intérpretes variados (el jazzman Chris Barber, el pianista Georgie Fame, el grupo The Shadows, el guitarrista Jet Harris, y más) aparecieron en escena incipientes meritorios : Eric Clapton, Peter Green,...y John Mayall.
Estudiante de diseño artistico e industrial, Mayall (Cheshire, cerca de Manchester, 1933), el jóven Mayall, muy influido por la colección de discos de blues, country y rock and roll de su padre, pronto descubrió que su vocación estaba más cerca del Delta del Misisipi que del arte arquitectónico y decorativo del escocés McIntosh. Y pronto se lanzó al ruedo, guitarra en ristre. Al lado de Clapton y Green, formó su primera entrega de The Bluesbreakers, el cambiante grupo que habría de ser decisivo en el devenir de los hechos que nos ocupan.
Uno de sus primeros discos, A hard rock, con Peter Green de primer colega, abrió la espita de un tonel de alto voltaje y múltiples variaciones que vendrían despúes. Crusade, Bared wires y el esencial The turning point, estos dos últimos editados en 1969, acabarían por encumbrar definitivamente a Mayall como padrino del blues blanco. El sonido de Chicago, cuna canónica del blues eléctrificado, pos-acústico, había penetrado ya profundamente en la piel del joven británico.
Tras consagrarse -relativamente- en el Reino Unido, y propiciar, más o menos directamente, la orientación bluesística de grupos como Cream (Clapton) o los mismos Rolling Stones (Keith Richards y, luego, Mick Taylor) por no hablar del primer Fleetwood Mac, Mayall decidió trasladarse a la dorada California, instalándose en Los Angeles, donde sigue residiendo en la actualidad. El refugio hippie de la época -Laurel Canyon, Joni Mitchell, Canned Heat- propició la nueva música de John, una amalgama diversa y productiva de géneros sonoros como elseminal e histórico blues acústico, el folk, el jump blues, el sonido Nueva Orleans, y sobre todo, el funk y el jazz eléctrico
Empty rooms y Back to the roots quedaron como testimonios de esa época. El LP Jazz blues fusion fue un hito y un logro espectacular : arquetipo del blues hecho por blancos, saludaron con alborozo los medios especializados : una etapa, por otra parte, difusa, confusa, meliflua. Porros, hierbas, anfetas, y el harder stuff, esto es, la ominosa heroína y la engañosa y euforizante cocaína. Mayall, enemigo del consumo de drogas duras, sobrevivió a las tentaciones, siempre ayudado por su amor a esa otra sustancia mucho menos dañina e igual, o mucho más, estimulante : el sonido de la guitarra elécrtrica, la armónica amplificada, los teclados planeantes, la retumbante batería, el sinuoso bajo eléctrico.
Siguieron en los años sucesivos grabaciones múltiples, giras interminables y exploraciones diversas por la sendas de la gran música negra, desde las ciudades industriales y automovilísticas Detroit y Chicago, pasando por los pantanos pegajosos de Louisiana hasta llegar a los aledaños oscuros y urbanitas del Nueva York subterráneo.
Y el rebelde de los años 60 iba dulcificando su mensaje personal y politico : Siempre he pensado que las leyes están para ser obedecidas, aunque sean injustas, se atrevía a declarar por entonces. No es eso, compañero, no es eso. Antes, no mucho tiempo atrás, tú habías creado temas como The laws must change o la ecologista Nature´s disappearing.
Etapas de ostracismo más o menos reconocido, supervivencias casi siempre repletas de dignidad artística, han desembocado en los años 2000 con la piel de Mayall bastante intacta, a pesar de que sus largas melenas de antaño se hayan transformado ahora en una cabellera absolutamente corta, canosa cien por cien.
EN DONOSTIA, SAN VALENTINE´S DAY
Así se presentó John Mayall en Donostia el 14 de febrero, St. Valentine's Day, dentro de una amplísima gira europea para presentar su última grabación discográfica, Talk about that. Y su show fue una auténtica misiva de amor hacia el género del que es máximo representante blanco.
Acompañado por los jóvenes norteamericanos Greg Rzab (bajo eléctrico), repleto de recursos técnicos y sobrado de manierismos, y del potente y rotundo batería Jay Davenport, Mayall desgranó un amplio repertorio, basado en fórmulas blueseras no por consabidas menos efectivas, no por más oídas decenas de veces menos resultonas y vitalistas. Títulos más o menos brillantes de su trayectoria : I'm sucker for love, r Voodoo music (del repertorio de J.B. Lenoir, uno de sus ídolos), California, Goin´ away, baby, Chicago line Gimme some of that gumbo y otros pocos.
Con su parecido facial del dramaturgo catalán venido a menos Albert Boadella (¡ horror !), John Mayall aguantó el tipo durante casi dos horas, alternando los teclados, algo menos la guitarra, y, lo mejor de todo, esa armónica evocadora y fantasmal, aprendida de los históricos Sonny Terry, Sonny Boy y Little Walter.
El veterano superviviente de mil batallas consiguió sus mejores momentos en el homenaje al citado J.B. Lenoir, aquel que compuso Eisenhower blues y otros perdigonazos contra la guerra de Vietnam y en la rendición de algunos de sus temas más reconocibles, Room to move el más preclaro.
Sobraron los llamados minutos finales de la basura, como en el fútbol y el basket : interminables solos de cada uno de los tres intérpretes en escena, improvisaciones que venían o no a cuento, y falsos finales de las canciones que volvían y revolvían al punto de partida, sin solución de continuidad. El concierto debió durar media hora menos, que era, por otra parte, lo que estaba previsto. Pero los artistas -y las audiencias- , son insaciables cuando se vislumbra el éxito indiscriminado, el aplauso condescendiente, el halago sin cuento. No por alargar mucho un concierto se hace más atractivo. Más bien al contrario.
De este modo, la estrella de un músico que reniega de ese supuesto títu, brilló intermitentemente bajo el cielo cubierto del Victoria Eugenia donostiarra. Buen diseño de sonido, variedad en las formas de entender el blues, sobre todo en lo instrumental (la voz de John no es ningún portento), y máxima entrega profesional -38 intensos años le contemplan.
Todo ello no debe hacernos olvidar lo fundamental : el blues auténtico, profundo, verdadero, genuino lo han practicado y siguen haciéndolo los representantes de color negro : es una de sus máximas expresiones artísticas, al lado del soul, el rhytm´n blues y el rap contemporáneo. De Blind Willie McTell a John Lee Hooker, de Skip James a Sleepy John Estes, de Misisipi John Hurt a Lonnie Johnson. De Bessie Smith a Etta James, de Robert Cray a Ben Harper, estos últimos de las generaciones más recientes. Ellos sí que saben.